lunes, 12 de agosto de 2013

HISTORIA DEL TRAJE EN COLOMBIA

ESTILO EN COLOMBIA

I. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA SIGNIFICACIÓN DEL VESTUARIO

Si recurrimos a cualquier diccionario de sinónimos, encontraremos que la palabra vestuario -con que de ordinario designamos el conjunto de prendas con las que el hombre ha cubierto su cuerpo y protegido cabeza y extremidades- tiene varias equivalencias lexicográficas. Así, entre otras, atavío, atuendo, guardarropa, indumentaria, traje, vestido, vestidura y vestimenta. En cuanto a su significado, cada una de estas palabras -como ocurre con todos los sinónimos- posee matices propios y especiales. Entre ellas, las de sentido más lato son las cuatro primeras y la última. Ropa, traje y vestido, en cambio, parecen contraer su significado a las telas o materiales con que hombres y mujeres cubren el tronco y las extremidades, excepción hecha del tocado y del calzado, es decir, de lo que se ha usado y se usa en la cabeza y en los piés.


ESENCIA Y SIGNIFICADO DEL TRAJE

El traje, como la habitación, se inventó para el abrigo del hombre, para la protección de su personalidad física. En cierta manera es una "habitación" que deambula con su dueño, una "casa portátil" íntima y ajustada a la propia medida, tal como la concha de un caracol. De aquí que la evolución del traje, a través de la historia de los pueblos, haya ido reflejando en alguna forma la de los estilos arquitectónicos. En esta forma piensa también el Marqués de Lozoya: "La indumentaria responde, como la arquitectura, a una necesidad vital, y el sastre, como el arquitecto, quiere conseguir una doble finalidad: la de dar cobijo y abrigo al cuerpo humano y la de realzar ante la comunidad su belleza y su prestancia. Por eso la indumentaria es, como la arquitectura, sensible a las particularidades geográficas y étnicas (...). Ambas artes bellas compusieron en otros tiempos maravillosas armonías en las cuales las líneas de las techumbres, los arcos y los dinteles de puertas y ventanas jugaban con la forma de los tocados y de las vestes y se concertaban con sus colores". (Del Prólogo a la obra Historia del Traje en Imágenes, de Bruhn - Tilke. Traducción castellana de Juan Subías Galter. Gustavo Gili, S. A. Barcelona, 1957).
El traje es también un índice de la idiosincrasia y de la cultura de los pueblos. De la organización teocrática de los antiguos hebreos nos habla el carácter sacerdotal de sus vestiduras; del armonioso concepto que de la vida tuvieron los griegos, y de su sentido de la belleza, son trasunto la clámide, la túnica y el dórico peplo; de la noble reciedumbre del romano, y de su sentido de la dignidad política, es símbolo la toga. De la austeridad española de los Siglos de Oro lo fueron los trajes castellanos de la época, y del esplendor de la corte de Luis XIV de Francia, las grandes y rígidas casacas, los chalecos fastuosamente bordados, el calzón ajustado a la rodilla y los encajes de los puños, entre los cuales hábiles manos -expertas en caricias e intrigas- solían ocultarse como el pistilo de una flor exótica.

EVOLUCION Y TEMPORALIDAD DEL VESTUARIO

Al menos por lo que dice al mundo occidental (Europa atlántica y el Nuevo Mundo), el proceso evolutivo del vestido oscila de la variedad a la unidad y de la complicación a la sencillez. Proceso que, como tántos otros, conlleva la pérdida de un elemento pintoresco irrecuperable. Y que desemboca en una uniformidad que no sólo cubre un país, sino que se extiende al ámbito internacional. De aquí la conveniencia -y la oportunidad- de recordar el elemento típico y tipificador del vestuario, elemento que desaparece por instantes.
A nivel de lo folclórico, que por esencia es campesino, encuentra sin embargo el tipismo del vestuario de sus últimos reductos. Donde menos actúa la moda -que no es otra cosa que el nombre que se le da a la evolución artificial del vestuario- es en las zonas rurales de la mayor parte de los países del mundo. Las más aisladas y primitivas, como es obvio. Y también, aquellas en que la tradición es más vigorosa y persistente.
Pero si la indumentaria típica, campesina por excelencia, es un arte vernáculo estratificado y fijo, las modas citadinas son un arte evolutivo y cosmopolita, anónimo casi siempre. Al respecto, resultan pertinentes en cierto grado los siguientes conceptos del Marqués de Lozoya: "La indumentaria es un arte anónimo, que nace en le recato del hogar y que se desarrolla en el ambiente de la más humilde artesanía. Sabemos el nombre de los escultores griegos que copiaron la gracia de peplos y quitones, pero no del artífice que creó estas fórmulas de eterna belleza. Los documentos de los archivos nos van revelando los nombres de los pintores de los retablos góticos, pero quedan en la sombra los de aquellos que imaginaron las graciosas formas de las tocas, las calzas y los jubones que en ellos se representan (...). Solamente en nuestro siglo han alcanzado relieve los nombres de algunos dibujantes de figurines, pero sin concederles otra estimación que la debida a la pericia de su lápiz". Lo anterior puede aceptarse pero sin perjuicio del renombre y de la influencia de los maestros de la haute couture: Christian Dior, Jacques Fath, Charles Montaigne, Madelaine Vramant. Y sus antecesores, cuyos apellidos evocan la época del Segundo Imperio: Worth, Reboux, Doucet, Nina Ricci.

EL TRAJE, ELEMENTO TIPIFICADOR

Sin necesidad de retroceder hasta el origen de los tiempos, puede observarse fácilmente hasta qué punto los trajes regionales no sólo han contribuido a caracterizar la apariencia física de las distintas colectividades humanas, sino también a perfilar plásticamente su manera de ser, de vivir, y de sentir.
El antiguo traje chino, o los policromados y florecidos kimonos japoneses, los faldellines y chaquetas de los highlanders de Escocia, las faldas de múltiples boleros de las cantaoras y bailarinas andaluzas y el traje flamenco de sus compañeros, el sarape mexicano y el poncho argentino, no menos que nuestra clásica ruana aborigen, son otros tantos ejemplos -entre innumerables- de cómo el vestuario típico suscita de inmediato las psicologías y los paisajes regionales.
Pero no han sido solamente las formas, el corte y los adornos del traje los elementos tipificadores de pueblos y regiones del mundo. También lo han sido los colores de los distintos vestidos. Así, en la antigua China, el blanco fue el signo del luto y el amarillo -el color del emperador- se reservó para los ancianos, a quienes en tal forma se quería honrar. Entre los griegos, los romanos y los príncipes del Cercano Oriente, el púrpura indicó el ejercicio de la más alta magistratura. Y es sabido que los personajes de la tragedia griega usaban túnicas con mangas , que les llegaban hasta los piés. Esa túnica iba adornada con franjas de vivos colores si se trataba de personajes dichosos; los fugitivos, los parricidas y los desgraciados portaban túnicas grises, verdes o azules. Gris tuvo que ser el color del traje con que el infortunado Edipo cambió sus regias vestiduras al conocer sus involuntarios crímenes.

I. Algunas reflexiones sobre la significación del vestuario, parte 2

LOS TRAJES Y LAS NACIONES

El album -deleitable "vitrina"- a que estas páginas sirven de prólogo y presentación, es el primer intento para fijar el traje colombiano en su perspectiva histórica para comprenderlo en su evolución y en su variado tipismo, y para captar así un aspecto entrañable de nuestra vida colectiva, avizorada en su continuidad etno-geográfica. De aquí el valor de esta realización, que ojalá promueva la creación de un Museo del Traje Colombiano, tal como existen en muchos países cultos.
Hermoso intento -y más aún, noble realización- en cuanto a través de los trajes que se han usado en un determinado país puede seguirse la huella de su destino histórico y comprenderse la idiosincrasia de sus gentes. Algunos ejemplos aclararán esta afirmación.
¿Quién no ha oído y gustado la música de los gitanos húngaros? Los ritmos de danza de los magyares -tal las dinámicas czardas- son índice de una raza jubilosa y afirmativa. Sólo que su peculiar psiquismo, a par que en sus cancioneros y en sus aires de baile, se nos revela profundamente en sus vestidos típicos: en las amplias mangas de las blusas y en los policromados delantales de las muchachas de la región de Katolaszeg, o en las chaquetas sin mangas, las amplias bombachas y las botas altas con espolines de los varones de la región de Palóc.
La indumentaria de las mujeres del Istmo de Tehuantepec, en México, es el trasunto de su psicología introvertida y soñadora. Nada más hermoso que sus tocados y sus huipiles chicos o grandes y que sus blusas bordadas con hilos de colores. Los huipiles de las tehuanas les caen hasta los pies, terminando en grandes flecos policromados. El andar cadencioso de estas mujeres de grandes ojos de almendra, la suavidad de su voz y la admirable dignidad de sus gestos y movimientos encuentran en el traje típico un complemento fundamental y profundamente revelador.
En Francia, los trajes de las mujeres bretonas, con sus grandes alzacuellos, sus mangas en forma de campana y sus altos tocados, nos hablan de una raza que vive próxima al mar y que así ante la vida como ante la muerte sabe conservar una vigorosa serenidad. De un pueblo que habita en un suelo señero y rocoso., de altos acantilados y negros peñascos, de obstinadas neblinas y de marinas leyendas. En cambio, el traje de las muchachas de Provenza -ricas cofias, delantales de encaje, faldas amplias y largas y ceñidos corseletes- evoca de inmediato un pueblo de antiguas tradiciones solares, en el que predomina inconscientemente un sentido dionisíaco de la vida.¿A qué prolongar este repertorio de ejemplos, realmente deleitable? Nos haríamos interminables. Mejor, examinar uno de los más curiosos fenómenos que nos ofrezca el costumbrismo de los pueblos de Occidente: la moda.

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