I. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA
SIGNIFICACIÓN DEL VESTUARIO
Si recurrimos a cualquier diccionario de
sinónimos, encontraremos que la palabra vestuario -con que de ordinario
designamos el conjunto de prendas con las que el hombre ha cubierto su cuerpo y
protegido cabeza y extremidades- tiene varias equivalencias lexicográficas. Así,
entre otras, atavío, atuendo, guardarropa, indumentaria, traje, vestido,
vestidura y vestimenta. En cuanto a su significado, cada una de estas
palabras -como ocurre con todos los sinónimos- posee matices propios y
especiales. Entre ellas, las de sentido más lato son las cuatro primeras y la
última. Ropa, traje y vestido, en cambio, parecen contraer su
significado a las telas o materiales con que hombres y mujeres cubren el tronco
y las extremidades, excepción hecha del tocado y del calzado, es
decir, de lo que se ha usado y se usa en la cabeza y en los piés.
ESENCIA Y SIGNIFICADO DEL TRAJE
El traje, como la habitación, se inventó
para el abrigo del hombre, para la protección de su personalidad física. En
cierta manera es una "habitación" que deambula con su dueño, una "casa portátil"
íntima y ajustada a la propia medida, tal como la concha de un caracol. De aquí
que la evolución del traje, a través de la historia de los pueblos, haya ido
reflejando en alguna forma la de los estilos arquitectónicos. En esta forma
piensa también el Marqués de Lozoya: "La indumentaria responde, como la
arquitectura, a una necesidad vital, y el sastre, como el arquitecto, quiere
conseguir una doble finalidad: la de dar cobijo y abrigo al cuerpo humano y la
de realzar ante la comunidad su belleza y su prestancia. Por eso la indumentaria
es, como la arquitectura, sensible a las particularidades geográficas y étnicas
(...). Ambas artes bellas compusieron en otros tiempos maravillosas armonías en
las cuales las líneas de las techumbres, los arcos y los dinteles de puertas y
ventanas jugaban con la forma de los tocados y de las vestes y se concertaban
con sus colores". (Del Prólogo a la obra Historia del Traje en
Imágenes, de Bruhn - Tilke. Traducción castellana de Juan Subías Galter.
Gustavo Gili, S. A. Barcelona, 1957).
El traje es también un índice de la
idiosincrasia y de la cultura de los pueblos. De la organización teocrática de
los antiguos hebreos nos habla el carácter sacerdotal de sus vestiduras; del
armonioso concepto que de la vida tuvieron los griegos, y de su sentido de la
belleza, son trasunto la clámide, la túnica y el dórico peplo; de la noble
reciedumbre del romano, y de su sentido de la dignidad política, es símbolo la
toga. De la austeridad española de los Siglos de Oro lo fueron los trajes
castellanos de la época, y del esplendor de la corte de Luis XIV de Francia, las
grandes y rígidas casacas, los chalecos fastuosamente bordados, el calzón
ajustado a la rodilla y los encajes de los puños, entre los cuales hábiles manos
-expertas en caricias e intrigas- solían ocultarse como el pistilo de una flor
exótica.
EVOLUCION Y TEMPORALIDAD DEL VESTUARIO
Al menos por lo que dice al mundo
occidental (Europa atlántica y el Nuevo Mundo), el proceso evolutivo del vestido
oscila de la variedad a la unidad y de la complicación a la sencillez. Proceso
que, como tántos otros, conlleva la pérdida de un elemento pintoresco
irrecuperable. Y que desemboca en una uniformidad que no sólo cubre un país,
sino que se extiende al ámbito internacional. De aquí la conveniencia -y la
oportunidad- de recordar el elemento típico y tipificador del vestuario,
elemento que desaparece por instantes.
A nivel de lo folclórico, que por esencia
es campesino, encuentra sin embargo el tipismo del vestuario de sus últimos
reductos. Donde menos actúa la moda -que no es otra cosa que el nombre que se le
da a la evolución artificial del vestuario- es en las zonas rurales de la mayor
parte de los países del mundo. Las más aisladas y primitivas, como es obvio. Y
también, aquellas en que la tradición es más vigorosa y persistente.
Pero si la indumentaria típica, campesina
por excelencia, es un arte vernáculo estratificado y fijo, las modas citadinas
son un arte evolutivo y cosmopolita, anónimo casi siempre. Al respecto, resultan
pertinentes en cierto grado los siguientes conceptos del Marqués de Lozoya: "La
indumentaria es un arte anónimo, que nace en le recato del hogar y que se
desarrolla en el ambiente de la más humilde artesanía. Sabemos el nombre de los
escultores griegos que copiaron la gracia de peplos y quitones, pero no del
artífice que creó estas fórmulas de eterna belleza. Los documentos de los
archivos nos van revelando los nombres de los pintores de los retablos góticos,
pero quedan en la sombra los de aquellos que imaginaron las graciosas formas de
las tocas, las calzas y los jubones que en ellos se representan (...). Solamente
en nuestro siglo han alcanzado relieve los nombres de algunos dibujantes de
figurines, pero sin concederles otra estimación que la debida a la pericia de su
lápiz". Lo anterior puede aceptarse pero sin perjuicio del renombre y de la
influencia de los maestros de la haute couture: Christian Dior, Jacques Fath,
Charles Montaigne, Madelaine Vramant. Y sus antecesores, cuyos apellidos evocan
la época del Segundo Imperio: Worth, Reboux, Doucet, Nina Ricci.
EL TRAJE, ELEMENTO TIPIFICADOR
Sin necesidad de retroceder hasta el origen
de los tiempos, puede observarse fácilmente hasta qué punto los trajes
regionales no sólo han contribuido a caracterizar la apariencia física de las
distintas colectividades humanas, sino también a perfilar plásticamente su
manera de ser, de vivir, y de sentir.
El antiguo traje chino, o los policromados
y florecidos kimonos japoneses, los faldellines y chaquetas de
los highlanders de Escocia, las faldas de múltiples boleros de
las cantaoras y bailarinas andaluzas y el traje flamenco de sus
compañeros, el sarape mexicano y el poncho argentino, no menos que
nuestra clásica ruana aborigen, son otros tantos ejemplos -entre
innumerables- de cómo el vestuario típico suscita de inmediato las psicologías y
los paisajes regionales.
Pero no han sido solamente las formas, el
corte y los adornos del traje los elementos tipificadores de pueblos y regiones
del mundo. También lo han sido los colores de los distintos vestidos. Así, en la
antigua China, el blanco fue el signo del luto y el amarillo -el color del
emperador- se reservó para los ancianos, a quienes en tal forma se quería
honrar. Entre los griegos, los romanos y los príncipes del Cercano Oriente, el
púrpura indicó el ejercicio de la más alta magistratura. Y es sabido que los
personajes de la tragedia griega usaban túnicas con mangas , que les llegaban
hasta los piés. Esa túnica iba adornada con franjas de vivos colores si se
trataba de personajes dichosos; los fugitivos, los parricidas y los desgraciados
portaban túnicas grises, verdes o azules. Gris tuvo que ser el color del traje
con que el infortunado Edipo cambió sus regias vestiduras al conocer sus
involuntarios crímenes.
I. Algunas reflexiones sobre la significación del
vestuario, parte 2
LOS TRAJES Y LAS NACIONES
El album -deleitable "vitrina"- a que estas
páginas sirven de prólogo y presentación, es el primer intento para fijar el
traje colombiano en su perspectiva histórica para comprenderlo en su evolución y
en su variado tipismo, y para captar así un aspecto entrañable de nuestra vida
colectiva, avizorada en su continuidad etno-geográfica. De aquí el valor de esta
realización, que ojalá promueva la creación de un Museo del Traje Colombiano,
tal como existen en muchos países cultos.
Hermoso intento -y más aún, noble
realización- en cuanto a través de los trajes que se han usado en un determinado
país puede seguirse la huella de su destino histórico y comprenderse la
idiosincrasia de sus gentes. Algunos ejemplos aclararán esta
afirmación.
¿Quién no ha oído y gustado la música de los gitanos húngaros?
Los ritmos de danza de los magyares -tal las dinámicas czardas- son
índice de una raza jubilosa y afirmativa. Sólo que su peculiar psiquismo, a par
que en sus cancioneros y en sus aires de baile, se nos revela profundamente en
sus vestidos típicos: en las amplias mangas de las blusas y en los policromados
delantales de las muchachas de la región de Katolaszeg, o en las chaquetas sin
mangas, las amplias bombachas y las botas altas con espolines de los varones de
la región de Palóc.
La indumentaria de las mujeres del Istmo de Tehuantepec,
en México, es el trasunto de su psicología introvertida y soñadora. Nada más
hermoso que sus tocados y sus huipiles chicos o grandes y que sus
blusas bordadas con hilos de colores. Los huipiles de las tehuanas les caen
hasta los pies, terminando en grandes flecos policromados. El andar cadencioso
de estas mujeres de grandes ojos de almendra, la suavidad de su voz y la
admirable dignidad de sus gestos y movimientos encuentran en el traje típico un
complemento fundamental y profundamente revelador.
En Francia, los trajes de
las mujeres bretonas, con sus grandes alzacuellos, sus mangas en forma de
campana y sus altos tocados, nos hablan de una raza que vive próxima al mar y
que así ante la vida como ante la muerte sabe conservar una vigorosa serenidad.
De un pueblo que habita en un suelo señero y rocoso., de altos acantilados y
negros peñascos, de obstinadas neblinas y de marinas leyendas. En cambio, el
traje de las muchachas de Provenza -ricas cofias, delantales de encaje, faldas
amplias y largas y ceñidos corseletes- evoca de inmediato un pueblo de antiguas
tradiciones solares, en el que predomina inconscientemente un sentido dionisíaco
de la vida.¿A qué prolongar este repertorio de ejemplos, realmente deleitable?
Nos haríamos interminables. Mejor, examinar uno de los más curiosos fenómenos
que nos ofrezca el costumbrismo de los pueblos de Occidente: la moda.